Autogestión en Uruguay: conociendo el terreno
Nuestro país se ha constituido en años recientes en un pequeño laboratorio para el estudio del funcionamiento y desempeño comparado de las empresas autogestionadas (que prácticamente en su totalidad asumen la forma de cooperativas de trabajo) frente a las empresas capitalistas. Esto ha concitado incluso cierta atención internacional en el plano académico ya que son pocos los países para los que se dispone de estudios comparados similares (Estados Unidos, Italia, España, Francia).
Pese a su importante crecimiento en los últimos años, no debe perderse de vista que el sector autogestionado en Uruguay tiene un peso económico pequeño. Resulta posible estimar que comprende a unas 450 empresas que emplean a más de 13000 trabajadores. Si se adoptan definiciones más restrictivas, admitiendo sólo aquellas empresas con baja proporción de trabajo dependiente, la importancia del sector es incluso menor. Estas empresas son promedialmente más grandes y difieren en su composición sectorial respecto al universo empresarial uruguayo. En cuando a su distribución sectorial, las cooperativas de trabajo se concentran en la Industria (18%), el Transporte (30%) y los Servicios (34%) y prácticamente no tienen actividad en el Comercio. En la última década, la expansión en el número de cooperativas de trabajo se procesó con transformaciones significativas en su estructura sectorial, tendiéndose a una mayor diversificación, con pérdida de peso del sector Transporte y mayor presencia de los Servicios. Las cooperativas de trabajo puede surgir básicamente por dos vías: a través de la formación de una nueva empresa o de la transformación de una empresa convencional preexistente. En Uruguay, esta segunda matriz de surgimiento corresponde a las denominadas “empresas recuperadas”, las que, pese a su mayor visibilidad pública, representan una porción minoritaria (cercana al 10%) del sector autogestionado.
Los estudios disponibles, basados en el análisis de encuestas específicas a empresas y registros administrativos, reportan evidencia interesante sobre el comportamiento de estas empresas en Uruguay. Por el lado de las buenas noticias, los análisis de sobrevivencia revelan que las cooperativas de trabajo no tienen un mayor riesgo de disolución que las empresas convencionales. Cuando se controla por características de las empresas, regimenes tributarios diferenciales o se consideran subperiodos previos al año 2005 (excluyendo, de esta manera, factores ligados al tratamiento potencialmente preferencial de los gobiernos de izquierda hacia este tipo de empresas), las cooperativas tienen incluso una propensión a fracasar relativamente menor a la de empresas capitalistas similares. Otro dato interesante es que las cooperativas de trabajo uruguayas, al igual que sus pares norteamericanas, vascas e italianas, tienden a ajustar las remuneraciones y el empleo de forma diferente a las empresas convencionales, observándose una mayor volatilidad de las remuneraciones y una mayor estabilidad del empleo. El hecho de que los trabajadores controlen la gestión de la empresa parece mitigar las asimetrías de información entre trabajadores y propietarios que en las empresas convencionales tienden a bloquear la implementación de ajustes menos traumáticos frente a situaciones económicas adversas. La posibilidad de ligar las remuneraciones al resultado de las empresas depende en gran medida de que la información económico-financiera no sea manipulada estratégicamente y de qué tan creíble sea la promesa de que los ajustes de cinturón solicitados a los trabajadores en tiempos de crisis serán compensados en los buenos tiempos. Por ello, una empresa de gestión democrática parecería estar mejor equipada para suavizar las fluctuaciones cíclicas del empleo. Las cooperativas utilizan con la misma frecuencia que las empresas convencionales los despidos por razones disciplinarias, lo que constituye un indicio de que protegen el empleo de sus miembros frente a factores sobre los cuáles éstos no tienen responsabilidad (ej.: caídas de la demanda) pero no frente a malos desempeños individuales o conductas que resulten dañinas para la organización.
La organización interna de las cooperativas de trabajadores en Uruguay difiere significativamente de la que predomina en las empresas convencionales. Las cooperativas tienen escalas internas de remuneración más igualitarias, recurren a prácticas organizacionales innovadoras y utilizan menos personal de supervisión, que en parte sustituyen por la vía de mecanismos informales de control y sanción que horizontalmente se dan entre los propios trabajadores. Esto indicaría que las cooperativas pueden reorientar hacia fines productivos recursos que las empresas capitalistas deben utilizar para vigilar que sus trabajadores efectivamente trabajen.
Estas investigaciones también muestran algunos signos preocupantes de vulnerabilidad. En el plano comercial parecería existir una debilidad importante: un 40% de las cooperativas perciben tener peores capacidades de comercialización que empresas similares de su sector. Diferentes indicadores sugieren que las cooperativas de trabajo tendrían una menor propensión a invertir que las empresas convencionales. Esto podría obedecer en parte a fallas del mercado de crédito que afectan más severamente a las cooperativas. De hecho, las cooperativas de trabajo en Uruguay tienden a percibir más frecuentemente restricciones en el acceso al crédito. Pero también podrían estar operando factores internos ligados al régimen de propiedad colectiva que caracteriza a la mayoría de las cooperativas de trabajo en Uruguay. Cuando los trabajadores deciden ahorrar e invertir los excedentes generados por la empresa están renunciando simultáneamente a pagarse mayores remuneraciones en el presente. A su vez, un trabajador tiene derecho a participar de los rendimientos de las inversiones sólo mientras trabaja en la empresa, con lo cual su horizonte esperado de permanencia en la misma se vuelve una variable crítica. Si su expectativa de trabajo es relativamente corta, como por ejemplo es el caso de trabajadores de edad avanzada, tenderá a jugar por “la segura”. Podrían tender a realizarse inversiones de bajo riesgo y con retorno a corto plazo, que no necesariamente son las que la organización necesita. El hecho de que las tasas de inversión son sustancialmente más bajas en cooperativas con alta proporción de socios mayores de 50 años parece corroborar al menos preliminarmente esta historia. Un dato preocupante si se tiene en cuenta que los trabajadores de cooperativas son promedialmente más viejos que quienes trabajan en empresas convencionales y que las personas de mayor edad, según lo indica la evidencia internacional, son menos propensas a tomar riesgos.
Las decisiones estratégicas en materia de comercialización e inversión también dependen de la calidad del personal que generalmente tiene mayor incidencia en este tipo de decisiones. El personal gerencial gana significativamente menos en una cooperativa de trabajo que en una empresa capitalista. Es en parte por este mecanismo que las cooperativas reducen la desigualdad interna. Esto no es necesariamente malo si se considera que las remuneraciones gerenciales no sólo reflejan la productividad relativa de estos trabajadores sino también beneficios derivados de su control estratégico de las empresas. Los trabajadores de una cooperativa podrían estar en mejores condiciones que los propietarios de una empresa convencional para lograr que lo que se le paga a los gerentes refleje realmente su contribución productiva a la organización. Sin embargo, el problema es que, en competencia con las empresas capitalistas, los menores salarios pagados por las cooperativas podrían dificultar el reclutamiento y retención del personal más competente. De hecho, existe evidencia de que los trabajadores que cobran mayores remuneraciones relativas dentro de las cooperativas, justamente quienes perciben remuneraciones menores en comparación al sector capitalista, tienden a abandonarlas más frecuentemente.
La autogestión esta en la agenda como nunca antes, principalmente luego del impulso real y simbólico que el actual gobierno le ha dado al tema. Resta saber qué continuidad tendrán algunas de las iniciativas en curso y de qué forma puede dotarse a éstas de mejores fundamentos microeconómicos y de mayor respaldo en la evidencia disponible antes comentada. De no avanzar por este camino, existe el riesgo de que el voluntarismo termine condenando la inspiración socialista, que parece alimentar el interés de muchos en la autogestión, al plano de la retórica intrascendente.
*Nota original publicada en Semanario Brecha, Setiembre 2013.