Estado, mercado y socialismo

DSC_0338 1.JPGLos socialistas desconfían del mercado. Dicha desconfianza reside principalmente en el hecho de que la lógica de mercado erosiona la comunidad. Se entiende por comunidad el principio de reciprocidad por el cual las personas cooperan entre sí no por la retribución que puedan obtener sino porque el acto mismo de cooperar con otros les resulta gratificante. Contrariamente, como señaló Gerald Cohen, los motores de una economía de mercado son el miedo y la codicia. En el mercado las personas ven a las demás personas de dos formas horribles: como amenaza y como fuente de enriquecimiento. El mercado es una institución que no solo asigna recursos, también produce personas. Además de convalidar y amplificar las desigualdades iniciales, el mercado tiene efectos culturales porque influye sobre las preferencias de los individuos.

Sin embargo, esta desconfianza debería balacearse con la observación de que las experiencias de construcción del socialismo que suprimieron totalmente el mercado fracasaron estrepitosamente. Según John Roemer , la experiencia de las economías socialistas del siglo XX enseña que la falta de mercados, combinada con la inexistencia de competencia política, derivó en un triple problema de agencia que terminó explicando el colapso. El primero de ellos se daba entre la burocracia estatal que manejaba la economía y la población. Los planificadores carecían de control popular efectivo y la competencia entre opciones políticas diversas no existía. El segundo problema era entre los planificadores y los gerentes de las empresas, que eran evaluados únicamente por el grado de cumplimiento del plan de producción estipulado centralmente. Las empresas ineficientes siempre encontraban asistencia financiera oficial que artificialmente les permitía seguir funcionando. Un tercer problema involucraba la relación entre los gerentes y los trabajadores. Quienes trabajaban no tenían muchos incentivos a esforzarse, la variedad de productos que podían consumir era limitada y éstos eran suministrados administrativamente. Tampoco las posibilidades creativas y de participación en los centros de trabajo eran abundantes: la rigidez del Plan no promovía las iniciativas de gestión autónomas.

Pese a estos problemas, las economías socialistas crecieron a tasas importantes, mientras dispusieron de mano de obra abundante y recursos ociosos. Sin embargo, cuando debieron pasar a una fase de crecimiento intensivo las capacidades de innovación tecnológica se transformaron en un obstáculo. Sin el estímulo de la competencia las empresas carecían de incentivos a innovar.

En estricta coherencia con su diagnóstico, la propuesta de socialismo de mercado de Roemer busca eliminar la forma de desigualdad específica de toda economía capitalista, esto es la desigual propiedad de medios de producción, pero preservando el mercado como mecanismo fundamental de coordinación económica. Simplificadamente, su propuesta es en realidad una forma de “capitalismo popular” donde las acciones de las empresas son distribuidas de forma igualitaria entre los ciudadanos, quienes perciben dividendos pero no pueden transferir ni heredar dichas acciones. Otras propuestas socialistas recientes han estado centradas en el fomento de las empresas autogestionadas por sus trabajadores operando también en un régimen de competencia.

El común denominador de estos planteos es que se basan en formas de socialización de la propiedad diferentes a la mera estatización. La lección histórica ha derivado en que todas las nuevas propuestas le asignen un mayor rol al mercado de forma de compatibilizar objetivos socialistas con niveles de eficiencia económica razonables. La idea no resulta descabellada. Al fin y al cabo, la existencia de mercados precedió el surgimiento del capitalismo. Hoy sabemos que los mercados competitivos tienen un valor instrumental innegable: son la mejor tecnología social conocida para inducir, en organizaciones sociales complejas y a gran escala, que los agentes económicos (empresas, consumidores, trabajadores) revelen información privada sobre sus verdaderas capacidades productivas y necesidades. Ha quedado demostrado que dicha información es imposible de reunir y procesar a un costo razonable por parte de un planificador central.

No obstante, las propuestas de socialismo de mercado no resultan enteramente satisfactorias. Primero, pese a los numerosos efectos positivos de desconcentrar la propiedad de las empresas, su impacto en términos de reducción de la desigualdad podría ser modesto. Son propuestas que redistribuyen poder económico (y político) pero afectan en menor medida la distribución del ingreso. En la actualidad la desigualdad total se explica en mayor medida por la desigualdad salarial. Estas propuestas sugieren una forma particular de socializar los ingresos de capital, que difícilmente excedan el 30% del ingreso nacional en cualquier economía contemporánea, pero no se ocupan de la desigualdad que existe entre los propios trabajadores. El problema es que los trabajadores son infinitamente más heterogéneos en comparación al capitalismo que analizó Marx siglos atrás. El acceso igualitario a la educación, lo que los economistas denominan capital humano, adquiere en la actualidad una importancia fundamental. Asimsimo, la irrupción de los derechos de propiedad intelectual combinada con desigualdades educativas estructurales, tanto entre países y como a la interna de éstos, complican aún más el panorama.

Por otro lado, pese a las ventajas que habitualmente se le atribuyen a los mercados competitivos, el análisis económico contemporáneo muestra que las fallas de mercado no son una excepción sino la regla en el funcionamiento de las economías reales. La desconfianza de los socialistas, además de recalar en cuestionamientos normativos, podría apoyarse ahora en la propia teoría económica. La mala noticia es que no siempre la intervención gubernamental puede mejorar las cosas. Si tanto el mercado, como el Estado presentan problemas, el debate sobre propuestas socialistas debería abrir un espacio al rol de las comunidades locales en la regulación y uso de determinados recursos. Al fin y al cabo, Elinor Ostrom fue premiada con el último Premio Nobel de Economía por mostrar la efectividad de estos mecanismos en diversos contextos. Las comunidades de software libre, el fenómeno de Wikipedia o los casos exitosos de explotación sustentable de recursos naturales bajo formas comunales son algunos ejemplos. Para avanzar en alternativas con objetivos socialistas se requerirá pensar la combinación óptima de mercados, gobierno y control comunitario y explotar las sinergias entre estos mecanismos. Asimilar mecánicamente el debate capitalismo-socialismo a la dicotomía mercado-Estado parece cosa del pasado.

*Nota original publicada en Cuadernos del Compañero, 2011.

 
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